viernes, 5 de diciembre de 2008

La distancia



Las nueve y media de la noche. Otra vez llegaré tarde a casa. En todo caso la reunión no ha ido del todo mal, las he tenido más pesadas. No sé si será porque ya hacía un mes que no me reunía con ellos. Quizá por eso he sentido que esta vez aportaba más, tenía más a decir y decidir, y me encontraba bastante seguro de mis posiciones. Seguía atentamente el orden del día, cuando en otras reuniones pasadas divagaba por mi propio orden intentando comprender lo incomprensible. Nos despedimos, como siempre, en la puerta, mencionando a las familias, fumando un cigarro del mismo paquete y recordando de memoria la agenda del futuro reciente.



Voy a coger el coche. Por dos minutos me hacen pagar toda una hora... ¡putos cabrones...! Con la de veces que lo dejo allí... Mis quejas no sirven de nada. Esa hora de más ya veo en qué la aprovechan: el hombre que me sella el ticket apesta a vino almacenado durante años en los toneles de la tasca de la esquina. Subo al coche, me enciendo un cigarro. Debería llamar por teléfono. Mejor espero, no creo que sea bueno conducir, fumar y hablar por teléfono al mismo tiempo, ya me cartea lo suficiente la DGT. ¿Cuándo coño me volverán a poner la radio, y el bluetooth? Hecho de menos mi música en el coche. Puto taller.



Cigarro consumido. Primera llamada .....…, .....…., comunica. Voy a llamar a mi madre. Se pondrá contenta, incluso sorprendida, por que la llame yo y no ella, como es lo habitual. Llevo dos días sin darle mis partes absurdos y seguro que merezco escarmiento por ello. Sobre todo después de prometer colgar en mi pared un reloj que me informe de su franja horaria, como los tienen en los informativos o en la bolsa. Vincent: 21:43; Madre: 48 horas desde la última llamada.
Coge el teléfono. No la oigo. En Toledo no hay demasiada cobertura. La mía desaparece al paso por el aeropuerto mientras grito desesperado que la llamaré en cuanto llegue a casa. Fin de la zona de inhibidores de frecuencia. Pulso rellamada y muevo el cursor hasta cubrir el primer número de la noche ..., ..., ..., ..., no me lo coge. Lo aguanto entre las dos piernas mientras busco otro cigarro en el asiento del copiloto. Mi entrepierna vibra y el teléfono me muestra: Francisco. Conversación típica y a la vez interesante que bien podría formar parte de un tratado sobre el pop independiente. En unos días es su cumpleaños, pero yo no sé el día exacto.

- Dime si es el 29
- No, jejeje.
- Bueno, un día menos para el cálculo de probabilidad.

Si no me acabo enterando da igual, se celebrará el domingo de todas formas. A ver qué le compro a éste que no tenga. Quizá le sorprenda con algo no relacionado con la música, pero ¿el qué?. No quiero pensar en dinero y en gastos. Hoy no.

Al reflotar de mi mar de pensamientos me doy cuenta que estoy entrando en mi calle. A veces tengo la sensación de ser un autómata al volante, muchas veces no recuerdo el camino que cogí para llegar allá adonde me disponga llegar. Entrando a casa me asalta otra duda: ¿qué tengo para cenar? Creo que abriré las hamburguesas que compré, aunque no tengo demasiada hambre.
Descargo mis cosas, entro al baño. Mejor antes de cenar probaré en volver a llamar a mi madre, ..., ..., comunica. Quizá mi padre ya haya llegado a casa, son las diez y diez. Voy a llamarle, ..., ..., ¡oh no!, ¡¡ruido de coche al fondo! Las conversaciones con mi padre son monólogos mortales, sobre todo cuando está de viaje. Justo le saludo cuando mi madre me llama al otro teléfono. Tengo que decirle que luego la llamo. Empiezo a hablar con mi padre, ambos interesados por diversas cosas. Una conversación fluída. Pero no, no me saques el tema del trabajo..... Me siento, esto se prevee largo. Las hamburguesas empiezan a deshincharse bajo el film transparente. Enciendo la tele sin voz y pulso sin orden ni interés los números del mando a distancia. Me doy cuenta que la conversación puede mantenerse perfectamente con simples sonidos nasales. Joder, nunca llego a tiempo de ver las noticias. Debería llamar al abogado para comentarle un par de cosas antes de volver a llamar a mi madre. Las once y diez. Mi padre sigue al otro lado de la línea de teléfono y conduciendo. Parece que vuelve de un lugar lejano porque intenta alargar la conversación sobre temas ya revisados. Quizá solo busque distracción pero mi oreja es un hervidero. Necesito cortarle como sea. Encima no he cenado todavía. Creo que voy a tener que prescindir de película esta noche.
Por fin nos despedimos. Demasiado tarde para llamar al abogado. Llamo a mi madre.

-¿Qué pasaba?-entona extrañada
- Pues tu marido, así que quiero una conversación rapidita y escueta, que todavía ni me he podido sentar a cenar. -

Mi made asiente. Besos y hasta mañana.

Ceno. Suena el teléfono.... privado. Hoy no hay peli.

1 comentario:

salvadior dijo...

Qué interesante y estresante es la vida del superdotado...

Y eres un palabrotero!!


ti amo!