martes, 2 de diciembre de 2008

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Anoche, en el umbral del cierre de un ciclo y el difícil inicio de otro, quise escuchar el silencio. Más por necesidad que por convicción. Por fin pude darle la vuelta a la tortilla. Pude ver lo malo de mi, lo que debería dejar atrás, en vez de marearme por cómo se comporten o piensen los demás.
Encontré unas páginas que escribí a mano cuando debería tener ocho años. Acabé cuestionándome sobre lo que configuran las personalidades, y si son cambiantes o permanecen, desde la hora de nacer, de base a las experiencias. Lo cierto es que en esos textos me pude reconocer en la actualidad, así que o bien sigo teniendo la mentalidad de un niño de ocho años, o bien directamente no he tenido infancia.
Llevado por el descubrimiento, quise sentarme y oírme, y ver en qué me he equivocado, qué es lo que he creído siendo erróneo, y en cuánto he forzado situaciones llevado por impulsos desmesurados. Intentar expurgar estas cosas que quisiera no cruzaran conmigo esta media noche. No sé si lo conseguiré. Son parte de mí. Siempre lo fueron.



Por los textos veo que en casi todos los momentos de mi vida he experimentado la sensación de sentirme solo o abandonado. No recuerdo haber tenido ni apego ni celos de nada ni nadie. Ni de mis padres, ni cuando nació mi hermano, y tampoco he reparado en la atención o desatención que recibía. Aun así siempre he tenido mucho, y nunca lo he sabido agradecer… al menos exteriorizarlo hacia ellos. Y también les he exigido mucho, con lo que denota la palabra “exigencia” sin que hayan recibido un “te quiero” o “gracias” por las demandas que yo consideraba lógicas (nunca demandas materiales, de hecho odiaba que me compraran cosas porque siempre lo he tomado como que me compraran a mi, y entonces todavía les ofrecía menos). El carácter diferencial de los dos, y también mi descarada y discriminada elección por uno u otro según sople el viento ha hecho que desde pequeño me presente ante ellos como un chico de un egocentrismo frenético, con una desigualdad de carácter demasiado pronunciada, difícil de manejar y de difícil convivencia por lo insólito e inesperado de mi forma de ser. Aun así, ante terceros, era el hijo perfecto. Y ellos realmente lo creían así. Incluso en el colegio o el instituto. Nunca he sido un buen alumno. Nunca, pero todos se acuerdan de mi como si hubiera sido el mejor alumno que hubiera pasado por allí. La mayoría de clases no me interesaban. No he atendido, no he tomado apuntes, siempre he estado pensado en yo qué cosas sé ahora. Nunca he sido disciplinado, no he sabido llevar un orden, siempre me he saltado las reglas, y siempre me he aprovechado de esa percepción de alumno perfecto. En resumen: he sido un estafador. Si hubo una mala nota tuvo que ser error del profesor, tuvo que ser que algo yo no entendí. No. Realmente no me interesaba aprobar. No me ha interesado estudiar. Y así me he sacado carrera y master. No me ha interesado llegar a la excelencia. Paso del interés a la desilusión con la rapidez con que se inspira y expira. Se cuentan a decenas las veces en que me desilusiono repentinamente por algo, de hecho siempre que siento que dejo de sentirme protagonista, si hay elementos que hacen que no controle del todo la situación, como cuando dejé de estudiar música, tiendo al abandono, a la dejadez y la suficiencia. Solo me ha interesado lo que me pasaba por la cabeza, y darle más importancia a mis ideas que a lo que me pudieran enseñar. No me ha gustado que me adoctrinaran. Siempre ha tenido que ser de forma autodidacta, autosuficiente. Y también, lo acepto, el resultado siempre ha tenido que ir acompañado de la aprobación de la persona que yo considerara competente para tal efecto. No he querido evaluaciones tipificadas, pero sí he necesitado de la aprobación y evaluación propia que diera consistencia a mi estúpida logia, que la elevara a casi ciencia. Lo que enlaza a que nunca he sabido estar solo, aunque siempre esté construyendo un imperio de eso. Y aun así siempre me he permitido el lujo de elegir a quien deba estar a mi lado en esos momentos que lo he necesitado. Soy elitista, y no un elitismo basado en la aristocracia, clase social o poder económico. He creído en la masa, una masa de opiniones, de actitudes, de acciones. No me ha caído nunca bien todo el mundo, y he sabido hacerlo notar. Quizá por eso, por esta elección, he querido mucho más a mis amigos que a mi familia, que siempre la he considerado impuesta.

Pero ya empiezo a aprender de los demás. Diría que incluso a abrirme, como siempre me aconsejan, y saber qué es lo que tengo que dejar atrás.

1 comentario:

Alita dijo...

Te has colado Vicente, OK es la abreviatura de 0 Kills, que era lo que ponían los soldados de EEUU en una bandera cuando cumplían sus misiones con cero muertes, durante la 1ª o la 2ª Guerra Mundial.... No me esperaba este fallo de ti, con tanto documental de las Grandes Guerras que te has tragado.